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Relatos

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    Amor

    25 octubre, 2015
    Elizabeth Carné - Foto Portada B&W

    Hay veces en las que sueño que volveré a despertar inocente. Y, a veces, lo consigo. Me entrego a los brazos de quién cree en lo eterno y en la fantasía de que nada es imposible. Me cuelo en su estómago, en sus mejillas, en sus labios, en su vaivén de pensamientos, tan llenos de ilusiones como de inseguridades. Ahí me siento libre, enérgico, capaz de conquistar el mundo. No querría salir nunca de aquel estado, de ese inconfundible brillo en los ojos, de esas manos que descubren, que acarician ahogando el miedo al rechazo. Ahí, en esos instantes, es cuando sé que puedo con todo y que los límites no existen. Soy inquebrantable.

    Pero hay veces en las que casi consiguen destruirme. Yo intento que no lo hagan, procuro salir a la luz y demostrar que sigo vivo, que no me he ido sin más. Me agarro a lo que sea, a los recuerdos de aquella primera vez, a los besos, a las noches que empezaban con un par de copas de vino y que acababan en gemidos entre las sábanas, a los despertares entre abrazos, a los momentos de risas incontrolables, a las horas de juegos de mesa compartidas en los días de lluvia, a las caminatas por el bosque hasta que las sombras se apoderaban de la luz, a los temores compartidos, a las ganas de formar nuestra propia familia, a todo. Me niego a que me digan que he fracasado. No hay nada tan terrible como la soledad.

    No puedo con ella. No es justo que no se comparta lo que uno lleva dentro de sí, tanta vida para uno solo es como un mar sin lugar para un velero. Me gustaría que no existiese, que se desconociera su nombre, su amargo sabor, su angustiosa inquietud por conocer ese alguien tan deseado que nunca llega. No debería entrar en escena nunca pero hay veces en las que uno tiene que saber cuándo es el momento de hacer las maletas y marcharse. Levantarse y mirar atrás por última vez, quizás por esa estúpida idea de poder recordar una última imagen. Cerrar la puerta mientras sientes cómo te rompes por dentro y soportar la idea de que quizás no volverás a verla jamás.

    La vida es así, pero siempre sigue, el reloj nuna se detiene. Y, a pesar de que en esos momentos siento que no tengo fuerzas para continuar, me siento sin ganas de volver a luchar, ni de conocer a nadie más, siempre se cuela entre mis entrañas un halo de esperanza. Se abre un nuevo hueco para la ilusión, y es que yo nunca he dejado de existir. Yo he vivido miles de historias, algunas incluso han sido tan comentadas que se han plasmado en libros y se han perpetuado generación tras generación. Otras han caído en el olvido. Otras aún están por empezar. Así soy yo, el amor, que nunca calla y nunca duerme, que sube y baja, ríe y llora, pero nunca muere.

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